domingo, 7 de febrero de 2010

“Avant-propos”:

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Debemos recordar que el japonés es una lengua que nació y se desarrolló con bastante formalidad antes de transitar de la oralidad a la escritura, en boca y manos de monjes chinos budistas (taoístas dicen ciertos papeles).
Sin embargo, el japonés tenía ciertos conceptos, en particular verbales, que el alfabeto pictográfico chino, llamado Kanji, no podía presentar. De allí se desarrolló el Hiragama, que es un alfabeto fonético con 46 signos basado en las cinco vocales rejuntadas con las consonantes. El Hatakana es idéntico en concepto al Hiragana y se llama Kana en conjunto, pues tiene los mismos 46 sonidos, pero con signos distintos. Si bien ambos son fonéticos, se usan para palabras de distinto origen. Las de origen japonés se escriben con Hiragana. Por ejemplo: Co-hi, escrito en Romanji, se escribe en Katakana, pues significa café y deriva de la palabra inglesa, coffe.
Con lo cual, tenemos que una palabra en japonés te puedes encontrar con los tres alfabetos escritos simultáneamente.
De lo anterior llegamos al Romanji, que no es más que una súper simplificación al escribir las 46 sílabas standard del japonés, usando el alfabeto romano. Ósea el ASCII, lo cual lo hace muy práctico para nosotros “haijin escribanos”...ese algo en japonés de vez en cuando, en teclado, “teclado no oriental”.
Otro detalle. Debemos recordar al lector que no sabe o poco del idioma japonés, que es extremadamente difícil entender todas las sutilezas que los japoneses hacen al escribir, pues el kanji está formado por pictogramas que tienen ciertos patrones, raíces gráficas y que al escribir se hacen a propósito juegos de palabras gráficas... aún más en poesía.

Finalmente, que las aves más importantes de la poesía japonesa, el hototogisu (ave de bello canto - Cucurus poliocephalus) y el uguisu (ave de hermosos colores), son definitivamente “indomables” y menos aún adaptables al idioma de este trabajo (las defienden un mundo de haikus). Dejaremos en la papelera los acercamientos del uguisu con aves de América y los del hototogisu con el cuclillo, ruiseñor, colibrí, cuco, etc. Entonces, sin caer en transformismos lingüísticos y continuando en la adaptación, que también nos marca límites, saludaremos a la revista Hototogisu que aparece el 15 de enero de 1897.

Alfredo Lavergne. Santiago de Chile, 2007.

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